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‘Etimología’ significa el ‘verdadero’ contenido de la palabra, a partir de su origen y evolución. Es lo que permite rastrear la historia y los secretos del lenguaje. Veamos, por ejemplo, las palabras ‘disfrute’, ‘diversión’ y ‘risa’. Pues bien. El disfrute deriva de la acción de comer (fruta), la diversión proviene del hecho de remover, variar, ‘diversificar’ y la risa suele resultar del contraste o enfrentamiento entre dos cosas, ideas o pensamientos, relacionados de una forma inesperada o sorpresiva (al miedo le pasa lo mismo, pero al revés). Todo esto nos lleva a pensar que el disfrute exige una cierta pausa y tranquilidad (la comida y su digestión), la diversión pide movimiento y se expresa mejor con la danza, y la risa fomenta el intercambio de ocurrencias contradictorias y sorprendentes. Estas apreciaciones surgen casi espontáneamente de una rápida visión somera de la ‘historia’ de estas palabras.

Se supone que la risa es un deseo natural humano, pero parece que todavía es pronto para reírse de ciertas ‘cosas’. El hombre ha conseguido antes llegar a reírse de lo evidentemente más tétrico como es la muerte, que de los dioses, de la suerte o del destino.

Sólo unos pocos humanos han ideado iconos y símbolos que se han ido generalizando entre los convecinos. Algunos, con sus variantes inevitables, han llegado a difundirse por todo el mundo. También un reducido número de individuos ha sabido utilizarlos como instrumentos de sumisión de la mayoría. Todo lo cual guarda cierta lógica, ya que son los menos quienes han sabido fingir dioses, formular principios, fabricar técnicas y definir valores. Los demás, desorientados, han ido yendo siempre detrás o a empujones.

Es verdad que las ‘cosas’ van ‘mejorando’, incluso lo hacen algunos dioses (‘aggiornamento’ católico). El dios judeocristiano, por ejemplo, ya no pide sacrificios humanos (Abraham), ni envía a su hijo a ser colgado en la cruz (Cristo), y ya casi no amenaza con el fuego eterno (infierno). Ahora se puede poner a Dios Padre dialogando con el Espíritu Santo sobre lo mal que le ha salido la Creación (como en una viñeta de El Roto de EL PAÍS de 8-2-06), y hasta le producía al cardenal Rouco una comprensiva sonrisa.

Reírse siempre ha sido muy malo. Quien lo hacía o era tonto o se burlaba. Porque el mundo no tenía sitio para el placer y el humor. No he sido capaz de encontrar ningún libro titulado ‘Historia de la Risa’. Y es que la risa no tiene historia. Siempre se ha tenido que desarrollar a escondidas. Cuando alguien que tuviera ‘autoridad’ sobre cierta gente observaba a algún súbdito riéndose hasta podía ser condenado a muerte, si el ofendido era el rey o el santísimo. Porque, como decía mi libro de Moral Católica del bachillerato ‘la ofensa se mide por el ofendido’. De ahí que el último necio era capaz de producir una ofensa ‘majestuosa’ o ‘infinita’ (ofensa a ‘su majestad’ o a ‘dios’), lo que justificaba su ejecución o una condena eterna (infinita al menos en el tiempo).

Pone Umberto Eco (El nombre de la rosa. BBA Editores S.A. 1992. Pág. 93 y ss) en boca de Jorge:

- “Juan Crisóstomo ha dicho que Cristo nunca rió.

Nada en su naturaleza humana lo impedía –observó Guillermo-, porque la risa, como enseñan los teólogos, es propia del hombre”. Si fuera sólo Dios, no podría, porque sería incapaz de sorpresa.
Por eso, Cristo, “forte potuit sed non legitur eo usus fuisse (‘quizás pudo reírse, pero no consta que hubiera hecho uso de ello’), dijo escuetamente Jorge, citando a Pedro Cantor”.

Relata, sin embargo, después Guillermo cómo San Lorenzo invitó a sus verdugos a que lo comieran diciendo: “Manduca, iam coctum est” (come; ya está cocido), poniendo este golpe de humor supremo cuando estaba siendo chamuscado en la parrilla.

“Lo que demuestra que la risa está bastante cerca de la muerte y de la corrupción del cuerpo, -replicó con un gruñido Jorge-”.

En otro pasaje del mismo capítulo, y ante una observación irónica de Guillermo, Adso le recriminó: “No te rías. Ya has visto que en este recinto la risa no goza de buena reputación”.

A propósito de esto, escribió, hace poco (10-01-15), Manuel Rivas en EL PAÍS: Dios del Miedo. “Parece increíble, pero todavía se mantiene inconcluso el gran debate medieval sobre “la licitud de la risa”. Todavía hay que luchar por el más humano de los derechos, el derecho a reír. Todavía poderosos cabezotas predican contra el pecado de la risa, como aquel enfurecido Jorge de Burgos, en El nombre de la rosa, que advierte del cataclismo que supondría la propagación de la comedia. La risa como “acto de sabiduría” acabaría con el miedo. El miedo al diablo. El temor de Dios. Pero equivocaba la sospecha, como hacen los obtusos de hoy. Si Dios se sostiene en el miedo, el verdadero dios sería el miedo. La primera vez que tuve la sensación de estar ante un pueblo humillado fue cuando de niño oí a los adultos implorar a Dios en procesión: “¡No estés eternamente enojado!”. Entre las cosas que Dios no puede hacer, Tomás de Aquino destacaba que no podía “encolerizarse ni entristecerse”. Y podía haber añadido: ‘Ni reír’.

Pero, según El nombre de la rosa, no sólo estaba mal vista la risa. También el habla. Dice en la lectura previa del refectorio, citando al profeta: “Lo he decidido, vigilaré por dónde voy, para no pecar con mi lengua he puesto una mordaza en mi boca, me he humillado enmudeciendo, me he abstenido de hablar hasta de las cosas honestas”.

Todo esto, guste o no, es Teología ‘pura’. Sólo los teólogos saben todo sobre lo que nadie sabe. Son los únicos que pueden hablar de lo que decía Wittgenstein que no se puede. Saben que hay ocho clases de ángeles o que Dios ama a los hombres de un modo muy distinto a como ama a los animales. Esto es ‘ciencia’. Lo demás son tonterías. Todavía hoy algunas universidades británicas y americanas tienen doctorados en ‘Divinity’. Directamente.

No sé el tiempo que tendremos que esperar para que el hombre sea capaz de reírse incluso de todo cuanto le sale mal (sea suyo o de otros), en vez de sumirse en una eterna depresión, o de reaccionar violentamente porque el culpable es ‘otro’. Ya sabemos desde Epicuro que los dioses (como otras fantasmagorías) sólo pueden crear problemas, nunca solucionarlos. Sin embargo, 2300 años después, ciertos dioses siguen justificando el asesinato y el martirio. No niego que sea ‘cultura’, pero ya es hora de cambiar de ‘cultivo’, vistos los frutos. O, al menos, fumigar con algo más de eficacia.

Ya en el Derecho Romano se habla de ‘animus iocandi’ (o ‘jocandi causa‘) para indicar que se puede actuar con animo de bromear. De este modo se evita el compromiso formal. Es como si en una clase el profesor dice: “El día que escuchen lo que les explico, les pago 20 euros a cada uno”. En el ámbito penal, las injurias y calumnias necesitan ser realizadas en forma dolosa, por tanto, el ‘animus jocandi‘ eximiría de responsabilidad penal, al no existir delito, por haberse realizado con intención humorística. Pero el Derecho Romano es demasiado moderno para alguna gente.

Por Juan Verde Asorey

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