El origen de mendigar
Posiblemente la palabra ‘mendigo‘, proviene de las raíces indoeuropeas ‘men-‘ (pensar y derivados) y ‘dhe-‘ (poner, colocar), de ésta deriva el verbo latino ‘facio‘ (hacer), el cual con el prefijo ‘de-‘ significa carecer (de-fecto).
Por consiguiente, el mendigo, en origen, es el que carece de ciertas funciones mentales y, por extensión, cualesquiera otras consideradas ‘propias’, es decir, que le correspondería poseer por naturaleza.
En principio, con el vocablo latino ‘mendicus‘ se nombraba al que padecía un defecto físico, el cual le impedía poder ganarse la vida y, además, movía a la compasión, pasando después a significar el pobre que obtiene por súplica su sustento.
Son de la misma familia los términos latinos ‘mendum‘ (defecto), ‘emendo‘ (corregir, sacar algo de su estado defectuoso, enmendar), e incluso ‘méndax‘ (mentiroso), al relacionarse con la idea de vicio o defecto; y también los castellanos mendicante, mendicidad y enmienda.
Es curioso comprobar cómo se pueden modificar las valoraciones. Si una persona decide convertirse en vago, al modo de los cínicos clásicos, y vivir de lo que encuentre o de lo que le den, será rechazado socialmente (‘maleante’), pero si alguien funda una orden religiosa y decide vivir de las limosnas, justificando que así dedica todo su tiempo a las ‘cosas’ espirituales o divinas (oración, estudio, predicación), y, además, con esa actitud, promete premios ‘post mortem‘ a quienes les entreguen sus bienes, no sólo no estará mal visto, sino que parecerá una idea excelsa por su desprecio hacia los ‘bienes’ de este mundo, porque corrompen y esclavizan, apartando al creyente de la senda de la salvación.
Se justifican, además, con la parte del Evangelio donde se envidian las aves del campo que viven sin sembrar ni tener graneros.
Como todo el mundo sabe, en el cristianismo medieval (primera mitad del siglo XIII) se fundaron las Órdenes Mendicantes: Franciscanos (1209), dominicos (1216), agustinos (1244) y carmelitas (1245). Estas órdenes existen todavía, y resulta sorprendente que, en épocas de crisis como la actual, no se llenen los conventos de vocaciones ‘mendicantes’.
Por Juan Verde Asorey