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320px Raffael 058Algunos alumnos me confiesan, durante el curso o, más a menudo, después de él (a veces, al cabo de los años), que la asignatura de filosofía les despertó, en la secundaria, a cuestiones antes impensables para ellos.

Algunos me han llegado a decir (sin duda, exageradamente) que antes de dar clases de filosofía apenas habían “pensado de verdad” en nada. A muchos los he visto cambiar de creencias, sufrir crisis religiosas, tener discusiones inauditas con sus padres y amigos, en parte debidas (según ellos) a la filosofía. Casi todos dicen salir de clase desorientados, pero también impacientes por volver, al día siguiente, a las preguntas nuevas y radicales que han brotado en el aula. Digo “radicales” porque afectan a la raíz de la existencia de cada individuo. Pensar casi por primera vez en lo que es el mundo y lo que pinta uno mismo en él, en la razón de las propias creencias, en lo que de verdad es verdad y mentira, en el bien y el mal, en lo justo y lo injusto, sin prejuicios, más allá de los tópicos al uso... Todo eso representa una experiencia insustituible e inolvidable para muchos de mis alumnos. Incluso los que aún no llegan a apreciar estos asuntos (no todo el mundo madura a la misma velocidad) se quedan “tocados”, intuyen que algo muy importante se está cociendo en las clases, y aunque no lo entiendan, entienden que ahí hay mucho por entender. Y que en ese entenderlo se juegan el cómo, el qué y el por qué de sus vidas.

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El escepticismo ha sido siempre un modo de ser, de pensar y de estar en el mundo caracterizado por poner en tela de juicio la posibilidad de un conocimiento seguro y permanente sobre la realidad y los valores, oponiéndose así a las tesis absolutistas y a las defensoras de la seguridad, la validez y la permanencia del conocimiento y de los principios morales.

Tanto el escepticismo, como el relativismo, supusieron una terapia saludable para combatir a los fanáticos de todo tipo y condición, una cura para los que pensaban que todo estaba dicho, descubierto o reglado de modo definitivo y para siempre.

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angel gabilondoEn su presentación como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, el filósofo Ángel Gabilondo cita a Kant. No está mal, porque, aunque hace más de 200 años que el filósofo de Königsberg escribió sus libros, la mayor parte de la Humanidad no se ha enterado‘todavía’.

Decir que el ejercicio de la política exige honradez, manifiesta un bello deseo, sin duda. Pero, en este caso, dado que el Sr. Gabilondo es también filósofo, no tiene necesidad de apoyarse en Kant para explicarle a la gente qué es la honradez, ni para demostrar que su práctica mejora muchísimo la convivencia, y que, por tanto, es necesaria también en política.

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‘Etimología’ significa el ‘verdadero’ contenido de la palabra, a partir de su origen y evolución. Es lo que permite rastrear la historia y los secretos del lenguaje. Veamos, por ejemplo, las palabras ‘disfrute’, ‘diversión’ y ‘risa’. Pues bien. El disfrute deriva de la acción de comer (fruta), la diversión proviene del hecho de remover, variar, ‘diversificar’ y la risa suele resultar del contraste o enfrentamiento entre dos cosas, ideas o pensamientos, relacionados de una forma inesperada o sorpresiva (al miedo le pasa lo mismo, pero al revés). Todo esto nos lleva a pensar que el disfrute exige una cierta pausa y tranquilidad (la comida y su digestión), la diversión pide movimiento y se expresa mejor con la danza, y la risa fomenta el intercambio de ocurrencias contradictorias y sorprendentes. Estas apreciaciones surgen casi espontáneamente de una rápida visión somera de la ‘historia’ de estas palabras.

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Es difícil luchar contra los que lo han perdido todo, incluido ilusiones y horizontes, o contra los que nunca tuvieron nada; porque los que ya nada tienen que perder, lo arriesgan todo a cualquier precio, incluso la propia vida, sobre todo si ésta se inmola con el propósito de conseguir alcanzar paraísos prometidos por ideales o creencias que trafican sin pudor con la ingenuidad, con la miseria, la necedad o la simpleza de la naturaleza humana, que se deja seducir y embaucar hasta el fanatismo por esos espejismos y soflamas de la barbarie.

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El escepticismo y la sospecha de que la verdad no era tan inmutable y eterna como algunos profetizaban, ha atravesado la historia del pensamiento como una corriente subterránea que ha revitalizado con sus dudas la lucidez y el pensamiento crítico, como una advertencia y una sugerencia a la soberbia y a la falta de rigor epistemológico de los sistemas dogmáticos.

A mediados del siglo V antes de nuestra era, en la antigua Grecia, Protágoras y Gorgias pusieron el dedo en la llaga de la verdad universal socrática y expresaron sus dudas con respecto a la posibilidad de un conocimiento seguro, permanente y absoluto sobre el ser.

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Joaquín ParedesLa erosión del sistema democrático se origina principalmente por la corrupción de los que deberían ser, precisamente, los encargados de impedirla y perseguirla. Cuando la vida pública está teñida de un hedor persistente que salpica familias enteras, como los Pujol; cuando hay cientos de políticos implicados en casos de corrupciones o corruptelas; cuando los partidos políticos no saben, no quieren o no pueden salir de ese lodazal que alarga su sombra de sospecha hasta el gobierno de la nación; cuando incluso la familia real chapotea en ese fango que mancha y amenaza con convertirse en práctica cotidiana, algo está realmente podrido en los tiempos que vivimos y puede infectar, si no lo ha hecho ya, la médula del tejido social y las esperanzas de los ciudadanos.

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El 20 de Noviembre es la fecha señalada por la UNESCO para conmemorar el Día mundial de la Filosofía. Bien está que tenga su particular celebración esta epifanía de nuestra inteligencia, tan singular, tan maravillosa, tan problemática. Y creo que está bien porque es mucho lo que la luz de la filosofía ha arrancado al ocultamiento, tejiendo y destejiendo una reflexión sin fin a partir de las inquietudes, obsesiones, descreimientos y contradicciones de estos "bípedos implumes de uñas planas" que conformamos la humanidad.

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Esto me escribe mi alumna Lucía Zancada, de 2º de bachillerato. No recuerdo una reflexión más atinada de lo que debe ser la filosofía, y de lo que en gran medida dejará de pasar en las aulas cuando se aplique la ley Wert. ¡Qué alegre tristeza!

"Todo el conocimiento adquirido en el curso, el mundo ideal de Platón, la virtud de Aristóteles, las contradicciones que se vuelven repentinamente complementarias en la época medieval con los problemas de fe y razón, la constante contraposición del empirismo y el racionalismo que Kant consigue sintetizar, la política y la concepción del ser humano de los autores ilustrados, el carácter revolucionario, social, justo, crítico y materialista de Marx, que predice el mundo que derivará del sistema capitalista burgués...
Toda esta cantidad de conocimiento, de aprendizaje, estas teorías... deriva en otra cosa.

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Hoy publicamos una colaboración de Javier Ugarte Pérez, Doctor en Filosofía y profesor del IES "Cervantes" de Madrid.

"Las relaciones de la filosofía con la política siempre han sido difíciles. La nueva ley educativa del gobierno de Mariano Rajoy, que restringe seriamente las horas de filosofía en el currículum, es una nueva muestra de esas dificultades. Con el deseo de mejorar los resultados de las pruebas sobre evaluación del rendimiento de los estudiantes (Informes PISA), el gobierno del Partido Popular ha reducido el perfil de las materias que no se evalúan en tales pruebas, lo que también afecta a la música, el dibujo y la tecnología. Se intentan avanzar posiciones abandonando la formación integral del alumnado y a bajo coste, puesto que tal medida es paralela a un aumento continuado del número de alumnos por aula y la reducción del importe y número de becas; dado tal contraste cabe ser escéptico sobre el resultado final (cara a PISA).

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