Filosofía, educación y política
Hoy publicamos una colaboración de Javier Ugarte Pérez, Doctor en Filosofía y profesor del IES «Cervantes» de Madrid.
«Las relaciones de la filosofía con la política siempre han sido difíciles. La nueva ley educativa del gobierno de Mariano Rajoy, que restringe seriamente las horas de filosofía en el currículum, es una nueva muestra de esas dificultades. Con el deseo de mejorar los resultados de las pruebas sobre evaluación del rendimiento de los estudiantes (Informes PISA), el gobierno del Partido Popular ha reducido el perfil de las materias que no se evalúan en tales pruebas, lo que también afecta a la música, el dibujo y la tecnología. Se intentan avanzar posiciones abandonando la formación integral del alumnado y a bajo coste, puesto que tal medida es paralela a un aumento continuado del número de alumnos por aula y la reducción del importe y número de becas; dado tal contraste cabe ser escéptico sobre el resultado final (cara a PISA).
Dos materias se salvan de la devaluación con la nueva ley, pese a no ser medidas por estándares internacionales, la historia y la religión. Se confía en que la primera forme la conciencia nacional de un país fragmentado en regiones pobladas por personas de diferentes procedencias. Dada la capacidad de las autoridades regionales para elaborar los contenidos que se imparten en su zona de influencia es de dudar que la historia cumpla los objetivos previstos desde el Ministerio; más factible resulta unificar las nuevas generaciones en torno a valores comunes del lugar donde viven. En cambio, la religión gana importancia al concentrar valores ajenos al mercado: los de la Conferencia Episcopal Española.
No es la primera vez que la filosofía sufre una minusvalía en el currículum. Ya en los últimos años de gobierno de Felipe González la asignatura padeció una poda importante en su carga lectiva a favor de una materia nueva, «Ciencia, tecnología y sociedad», que tras algunos cursos de difícil acomodo desapareció del currículum sin dejar rastro. Bien es cierto que, a cambio de tal pérdida de horas, no se reforzó la religión; debían ser los valores científicos y beneficios tecnológicos quienes reemplazaran la base crítica proporcionada por la filosofía. Tampoco cabe mirar más atrás con nostalgia: si las autoridades franquistas permitieron que se enseñara filosofía era porque confiaban en que esta fundamentara racionalmente lo que la fe sostenía; dicho con otras palabras: se estudiaba filosofía para comprender a Tomás de Aquino.
Aunque la vuelta del PSOE al poder conlleve un aumento de las becas (entre otras mejoras) resulta dudoso que enmiende los cambios curriculares -vistos los antecedentes- porque los dirigentes socialistas no querrán que el alumnado español salga malparado en las pruebas internacionales. Pero también existe otro factor a considerar: las cúpulas de los partidos con representación en el Congreso de los Diputados, salvo honrosas excepciones, viven incómodamente la crítica que encarnan movimientos como el 15 M. Tal parece que los partidos prefieren ciudadanos que solo participen en política el día de las votaciones; contra esta postura, la filosofía proporciona una base crítica para encarar los problemas. Ahora bien, si los jóvenes no encuentran las herramientas que necesitan en las aulas entonces las buscarán en otros lados: los rebeldes del pasado no esperaron a que los sistemas educativos fueran universales y aportaran contenidos filosóficos para realizar su tarea».
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