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Revoluciones

“No creo en las revoluciones que cambian el orden de las cosas y no cambian el corazón del hombre”

BLAISE PASCAL (1623 – 1662)

COMENTARIO:

Las revoluciones son el resultado del hartazgo de los individuos ante una situación determinada de injusticia y falta de libertades y derechos, situación que se prolonga y perdura sin que haya un horizonte que permita vislumbrar una salida adecuada y no violenta a las reivindicaciones legítimas de aquellos que carecen de lo más mínimo para encauzar y dignificar sus vidas. Será difícil que desaparezcan en el tiempo si no terminan también las injusticias y la falta o la carencia de libertades y derechos de las personas.

Pero las revoluciones suelen ser sangrientas y crueles y, en numerosas ocasiones, aunque cambien el orden de las cosas con la intención de mejorarlas, al menos de inmediato, poco a poco se instala otra vez en las sociedades la mecánica de aquello que se quiso hacer desaparecer: la corrupción, las injusticias, los privilegios, los abusos de poder y las desigualdades de todo tipo, lo que, sin duda, genera no poco desencanto y falta de confianza en tales procesos y, sobre todo, en aquellos que los dirigen y los controlan, muchas veces en beneficio, no de la mayoría o de lo común, sino de lo propio y privado.

Por tal motivo, la revolución pendiente es aquella que pueda cambiar, como dice Pascal, el corazón de los hombres, sus perspectivas sobre lo que es conveniente, justo, bueno y útil para todos, por encima y a pesar incluso de los intereses personales de cada cual.

Kant fue muy crítico con el proceso revolucionario francés, por sus atrocidades y sus desatinos, y las sucesivas revoluciones que han intentado cambiar y mejorar las condiciones de vida de los seres humanos, han provocado también mucho desencanto, decepciones y escepticismo. Sin embargo, cuando las personas, los poderes y las instituciones encargados de velar y de garantizar el progreso, la justicia, los derechos y la igualdad de oportunidades de los ciudadanos, se conchaban para perpetuar sus privilegios, cuando se agotan los argumentos, las razones, las palabras, las negociaciones e incluso los lamentos y las súplicas, ¿qué otra salida queda sino el recurso a lo que, por desgracia, nos acerca más a violencia animal que a la racionalidad humana?

Por Joaquín Paredes Solís