Desastre
La palabra ‘desastre’, etimológicamente hablando, tiene el mismo origen que el término ‘deseo’.
El prefijo ‘des-’ significa ‘no’. Por ejemplo: ‘Deshacer‘ significa evitar que lo hecho continúe.
El vocablo ‘deseo‘ se compone de ‘des-’y de ‘sídera‘ (astros, dioses). Quiere decir, por tanto, que los dioses no, es decir, que no actúan, no intervienen, nada resuelven, no ayudan.
Cuando el ser humano llega a saber que los dioses nada solucionan, se da entonces cuenta de que cada uno tendrá que hacerse cargo de sus ‘cosas‘, o sea, que tendrá que arreglárselas por su cuenta con sus problemas (discurriendo y pidiendo ayuda).
Dice Lyotard que ésta es la tarea de la Filosofía: buscar, por uno mismo, la mejor manera de organizar la propia vida, tanto individual como socialmente.Por eso es lógico decir que “la Filosofía nace con el deseo”, lo que equivale a decir con el ‘desastre‘, con la consciencia de la no colaboración de los ‘astros‘ (dioses). Si todo pudiera resolverse mágicamente, no habría necesidad de pensar.
Es curiosa la relación entre dioses y astros, incluso se estableció la igualdad (astro = dios); de ahí que ‘zeós‘ (dios) sea en Griego el ‘corriente’, el que se nueve (el Sol se va con el día y las estrellas desaparecen con la noche). La palabra ‘as‘ (apocopado de ‘áster, astro) significa lo mejor (el nº 1 de la baraja, el mejor en algo…), y ‘asterisco’ es la imitación de una estrella (‘como astrillo’). Sin embargo, en Castellano, el término desastre se refiere a cataclismos puntuales, más que a insatisfacciones ordinarias.Por eso, cuando más se nota que los dioses no hacen caso es en las catástrofes (desastre) y menos en los disgustos más corrientes (deseo). Sin embargo, es rara la tendencia a filosofar, porque el desastre impide pensar, imposibilita la serenidad necesaria para la información y la reflexión. Mientras que el deseo normal admite permanecer en la rutina. Pero la Filosofía, si nace o hace con el deseo, ya que éste no le impide al hombre convencerse (contra los ‘profetas’ de turno) de que los dioses no solucionan sus problemas, y, si no cae en la desesperación, se anima a intentarlo por sí mismo, según pueda y hasta dónde pueda.Así fue cambiando las plegarias al dios del rayo por el pararrayos, las procesiones de la lluvia por los pantanos, y las rogativas al Santo por reclamaciones al alcalde, etc.
El deseo razonable es el motor del pensamiento y de la acción, y no la causa de la infelicidad o del sufrimiento, como defiende el Budismo.
Juan Verde Asorey
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