El positivismo y la ley de los tres estados
Podemos considerar a Auguste Comte como un pensador relativamente olvidado. No está entre los autores que suscitan pasiones y su derivación hacia la sociología (fue uno de sus creadores) quizás le haya restado méritos entre los filósofos.
Nacido en Montpellier en enero de 1798, en el seno de una familia modesta, católica y monárquica, inició su formación en el liceo de su ciudad natal y la continuó en la Escuela Politécnica de París, ciudad en la que se estableció.
Al parecer, según sus biógrafos, era un joven devorador de libros e ideas, ávido por completar su educación, y recurría para ello a la lectura de autores diversos e incluso contrarios desde un punto de vista ideológico.
En París conoce al conde de Saint-Simon, influyente pensador social y político, una de las figuras clave del socialismo utópico, del que fue secretario y con el que colaborará desde 1817 a 1824 y con el que estará de acuerdo en la necesidad de un estudio científico de la sociedad.
Comte se convirtió en el máximo representante de la corriente positivista, que considera que la razón y la ciencia serán el motor y el instrumento más adecuado para solucionar todos los problemas de la humanidad, capaces de instaurar un orden social sin recurrir a lo que él consideraba oscurantismos teológicos o metafísicos. El término positivo hace referencia a lo real, a lo dado al sujeto, y se opone a todo tipo de esencialismo y a todo tipo de explicación basada en propiedades ocultas, característica de los estados teológico y metafísico. Lo positivo, además, tiene las características de ser útil, cierto, preciso, constructivo y relativo, en el sentido de no aceptar ningún determinismo absoluto a priori.
Aunque algunos solo le reconocen el haber acuñado el nombre, al aplicar los métodos de investigación de la ciencia positiva al estudio de la sociedad, Comte se convierte en el padre de la sociología, término que acuña en 1838.
En el Curso de filosofía positiva, de 1842, su obra más conocida y capital para entender su pensamiento, se refiere al positivismo como una filosofía que pone en la experiencia la base de todo conocimiento. En este libro habla también de la ley de los tres estados: teológico o ficticio, metafísico o abstracto y positivo o científico. “De ahí resultan tres clases de filosofía o de sistemas generales de concepciones sobre el conjunto de los fenómenos, que se excluyen mutuamente: la primera es el punto de partida necesario de la inteligencia humana; la tercera su estado fijo y definitivo; la segunda solo está destinada a servir de transición”. A tenor de estas palabras, no es de extrañar que los filósofos no lo tengan en gran estima.
La decadencia física e intelectual de Auguste Comte, que ha sufrido algunos episodios depresivos graves, se hace patente alrededor de 1848, a los 50 años, decadencia a la que no es ajena la pérdida prematura de su amada y en la que se produce el giro místico de sus teorías. Comte, sin embargo, no puede recurrir a Dios, ya que su pensamiento no admite deidad alguna, así que su religión debe ser positiva, por lo que deifica a la humanidad. En 1849 se publica el Calendario positivista o sistema general de conmemoración pública, donde se sistematizan los ritos de la nueva religión positiva, en la que la sociedad debe rendirse culto a sí misma, que tendrá en los hombres más sabios e ilustres a sus particulares santos.
El Catecismo positivista, de 1852, abunda en los detalles de esa religión positiva de la Humanidad, que tendrá dogmas, ritos y sacramentos a imagen y semejanza del cristianismo, con un bautismo, una confirmación y una extremaunción laicos. Se toma tan en serio esta deificación de la Humanidad, que el resultado toma matices y trazas esotéricos, si no ridículos y risibles.
Muere en septiembre de 1857 y está enterrado en la división 17 del cementerio parisino de Père Lachaise, donde una estatua que representa la Humanidad, le recuerda.
Por Juan Verde Asorey
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