Al calor de las esferas
El siglo XXI fue durante mucho tiempo el lugar de la ficción, allí donde se situaban las peripecias y aventuras de los hombres y donde se imaginaban utopías y catástrofes que salvarían o condenarían a la humanidad. Pero ya estamos en el futuro. El siglo XXI ya no es un lugar donde ubicar las novelas de ciencia ficción, sino que es el aquí y el ahora en el que desarrollamos nuestra actividad cotidiana, el suelo que nos sostiene, en el que a esa humanidad vertiginosa le ha dado por edificar cada vez más alto, como una moderna Babel de acero, hormigón y cristal que tratara de emular por todo el orbe a aquella otra mítica que no prosperó, al parecer, por la confusión de las lenguas. Pero ahora hay traductores simultáneos y todo tipo de artilugios técnicos que permiten paliar aquella primitiva confusión.
Durante más de cuarenta años, de 1931 a 1972, el edificio más alto del mundo fue el Empire State Building de la ciudad de Nueva York, y su construcción formó parte de una intensa competencia por conseguir el título de edificio más alto del mundo en la ciudad de los rascacielos; sin embargo, el principio de este siglo ha supuesto una fiebre constructora de edificios cada vez más altos, en la que los países parecen competir en una carrera frenética por ser el que albergue el edificio con más altura, como un símbolo de riqueza, de poder o de atracción de las miradas del mundo, o todo ello mezclado.
La megalomanía ha acompañado siempre a las naciones, a los imperios y a sus dirigentes más soberbios. Ahora se trata, entre otras cosas, de batir récords, de poner nuestra marca o nuestra huella sobre la piel de la Tierra, que tanto y tanto soporta nuestras ocurrencias o nuestras locuras.
Puede que en estos inicios del tercer milenio se inaugure otra carrera, o la misma con otros matices: la de los edificios más grandes: no más altos, sino más grandes, y China, no podría ahora mismo ser en otro lugar, acaba de inaugurar el edificio más grande del mundo que, según las noticias, tiene su propio sol, por lo que los visitantes no estarán sometidos a las inclemencias del tiempo natural sino a la estable presencia del sol aritificial que alumbrará sus compras y sus visitas de turistas ávidos de espectáculo y novedades. El New Century Global Center, construido a lo largo de un techo de vidrio de 100 metros de alto, dará luz y calor 24 horas al día 365 días al año para que los adictos a las compras puedan explorar y curiosear en los 400.000 metros cuadrados de tiendas y establecimientos comerciales que alberga este mastodóntico edificio de 19 millones de metros cuadrados, localizado en Chengdu, capital de la provincia de Sichuan, situada en el centro suroeste de China.
El New Century Global Center recuerda, en cierta medida, las esferas de las que habla Sloterdijk, las campanas de cristal, lugares de protección y seguridad frente a la intemperie, lugares en los que los humanos materializan su búsqueda de amparo y asilo frente a la incertidumbre y el devenir crónico de lo que es. Buscamos en el artificio de la tecnología lo que la vida misma y la naturaleza de las cosas nos niegan: la exactitud y la seguridad frente a lo que no tiene ni ofrece garantías. Sentirnos protegidos bajo techos de cristal, sean éstos reales y materiales, virtuales o imaginados y creídos, ha constituido una práctica secular que ha acompañado a los miedos, a las frustraciones, a las miserias y a los deseos de los seres humanos desde que existen noticias o vestigios de sus pasos y sus movimientos sobre la piel de este planeta.
La búsqueda de esa seguridad absoluta, que no existe, ha marcado y condicionado gran parte de nuestra actividad técnica o mítica, persiguiendo en esos paraísos artificiales o celestiales lo que la realidad nos negaba o, simplemente, nos mostraba, al margen de la dinámica de nuestros deseos.
Por Joaquín Paredes Solís
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